El primer año de Joe Biden: en busca de una nueva estrategia

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El 20 de enero de 2021 Joe Biden juró el cargo de presidente de Estados Unidos en medio de una crisis de dimensiones históricas a nivel sanitario, institucional, racial, social, migratorio, político y económico.

Un año después, la situación ha cambiado de manera cuantitativa pero no cualitativa. Eso significa que, aunque no han aparecido problemas nuevos, ninguno de los preexistentes ha sido resuelto.

Biden ha tratado de centrarse en la política doméstica, siguiendo la tradición de los presidentes de Estados Unidos, que tradicionalmente enfocan su primer mandato en cuestiones internas, y esperan al segundo, si son reelegidos, para centrarse en la política internacional, frecuentemente con el objetivo de dejar un ‘legado’ político.

El presidente no ha logrado llevar a cabo esa estrategia dado que la retirada de Afganistán y la toma del poder por los talibanes en ese país en agosto rompió su narrativa de reformas económicas. Desde entonces, Biden no ha sido capaz de volver a poner plenamente el foco de su mensaje en sus objetivos de política interna, y el aniversario de su primer año en la Casa Blanca ha estado marcado por otra crisis internacional: Ucrania. En general, la presidencia de Biden ha mostrado una limitada capacidad de comunicación a la opinión pública tanto en lo que se refiere a los logros como a las crisis. Si no cambia esa dinámica, Biden puede verse en serias dificultades para conseguir la reelección en 2024.

El primer año de Biden en la Casa Blanca

Este periodo ha estado definido por la lucha contra la COVID-19 y por una serie de reformas económicas, en medio de un clima político marcado por la polarización social y política.

UN PRESIDENTE IMPOPULAR  

La popularidad de Biden ha pasado por dos periodos de seis meses cada uno:

  • Éxito e iniciativa. Desde enero hasta julio, el respaldo popular a la gestión de Biden estuvo entre el 50 %-57 %, un nivel históricamente bajo, pero mayor que el que nunca tuvo Donald Trump en sus cuatro años en la Casa Blanca. En estos meses el presidente logró la aprobación del tercer paquete de ayuda contra la COVID-19, y el número de muertes por la pandemia se redujo en un 89,1 %, lo que permitió relajar las medidas de aislamiento social.
  • Atasco e impopularidad. El 21 de julio, la popularidad de Biden perdió el soporte del 50 % y, desde entonces, ha ido cayendo hasta el 42 %, pese a la aprobación del plan de infraestructuras en noviembre. La crisis sanitaria ha empeorado, el plan de protección social y transición energética (Build Back Better) no ha sido aprobado, y los talibanes han vuelto al poder en Afganistán. Finalmente, la actualidad en enero de 2022 se ha visto dominada por otra crisis internacional, en este caso la de Ucrania.

Aunque es normal que la popularidad del presidente caiga tras sus primeros meses en el cargo, el problema de Biden es que parte de una base muy baja. Su apoyo popular es el menor de un presidente un año después de ganar las elecciones desde 1944, con la sola excepción de Donald Trump.

LAS PRIORIDADES DE BIDEN

Biden se ha centrado en la agenda económica y de lucha contra la COVID-19, las dos mayores causas fuentes de inquietud de los ciudadanos (en enero de 2021, un 35 % de ellos situaban la economía como su principal preocupación, seguida por la salud, con el 19 %):

COVID-19:

La popularidad del presidente ha ido en paralelo a los avatares de la lucha contra la pandemia, que puede dividirse en dos periodos:

  • Enero-junio

La vacunación empezó rápidamente, y EEUU alcanzó un récord de 4,3 millones de dosis administradas el 8 de abril. Entre enero y junio, el número de muertes pasó de 3.136 a 342 diarias. El apoyo popular a la política de Biden contra la COVID-19 apenas cayó por debajo del 60 % en este periodo.

A partir de abril, el ritmo de vacunación se desplomó, en parte porque cada vez quedaban menos personas sin vacunar que quisieran ser inmunizadas. Así, el 4 de julio, solo el 67 % de la población susceptible de ser vacunada había recibido una dosis, pese a que el objetivo del presidente era el 70 %.

Si el 4 de julio el 47,1 % de los adultos de EEUU estaban completamente vacunados, el 7 de enero de 2022 la cifra era solo del 62,4 %.

  • Septiembre-enero

Desde septiembre, el número de fallecidos por COVID-19 ha oscilado entre los 1.000 y los 2.000 diarios, es decir, de 3 a 6 veces la cifra de junio. La aprobación de la gestión de la COVID-19 por Biden ha caído al 47,6 %.

Al mismo tiempo, los republicanos y parte de la opinión pública, han endurecido su oposición a muchas de las medidas contra la pandemia propuestas por el Gobierno, incluyendo la limitación de las actividades públicas y la obligatoriedad de la vacunación y las mascarillas. Al ritmo actual de vacunación, EEUU necesitará nueve meses más para inmunizar al 90 % de su población.

La continuación de la crisis sanitaria ha ocasionado también un cierto hartazgo por parte de la opinión pública, incluyendo a los partidarios del presidente, que se ha manifestado muy visiblemente en las quejas sobre los cierres de escuelas por la variante ómicron.

«La popularidad del presidente ha ido en paralelo a los avatares de la lucha contra la pandemia»

ECONOMÍA

Los principales acontecimientos en este campo han sido las iniciativas legislativas de Biden y el repunte de la inflación.

Iniciativas legislativas

El proyecto de Biden se enmarca en la tradición política demócrata de expansión del Estado del Bienestar y de la regulación, actualizada ahora con la lucha contra el cambio climático.

Su cálculo es que la COVID-19 ha creado una ventana de oportunidad para que el Partido Demócrata logre una serie de objetivos que lleva persiguiendo desde hace más de una década. Eso se ha plasmado en tres proyectos de ley:

  • El tercer gran plan de ayuda contra las consecuencias económicas de la COVID-19, que recibió ‘luz verde’ del Congreso en marzo.
  • El plan de infraestructuras aprobado en noviembre, que es la mayor iniciativa de este tipo desde el sistema interestatal de autopistas de 1956.
  • La Ley Build Back Together (Construir de Nuevo Juntos), un proyecto de transición energética y expansión de la red de protección social, que está en ‘vía muerta’ por la falta de apoyo en el Senado.

La inflación

Con Biden, la inflación de EEUU ha pasado de subir el 1,4 % cuando llegó a la Casa Blanca al 7 % en diciembre, el nivel más alto en 39 años. Es un alza similar a la del resto del mundo, aunque en EEUU hay dos peculiaridades resumidas en la expresión ‘Great Resignation’ (‘Gran Dimisión’):

  • La subida de los salarios más bajos por el aumento de la demanda de los empleos menos cualificados, que ha causado una masiva rotación de trabajadores.
  • La reticencia de los trabajadores a volver al mercado laboral tras haber perdido sus empleos por la crisis de la COVID-19, lo que reduce la población activa.

Pese a que la estabilidad de precios es responsabilidad de la Reserva Federal, no del Ejecutivo, el 72 % de la población critica el manejo que Biden ha hecho de este problema. La oposición republicana ha aprovechado esa situación, y ha acuñado el término ‘bidenflation’ (un juego de palabras entre “Biden” e “inflación”). Aparte, la gestión de la economía por Biden es rechazada por el 60 % de la opinión pública, lo que revela un problema de comunicación en la Casa Blanca. En este sentido, Biden no recordó a la opinión pública que la estabilidad de precios es competencia del banco central, no del Gobierno, hasta el 19 de enero de este año. Es posible que, para entonces, ese mensaje ya tuviera poco impacto, puesto que la opinión pública había asignado la responsabilidad del repunte de la inflación al presidente.

El aumento de los precios puede tener un impacto electoral grande en las elecciones al Congreso de noviembre. La inflación afecta a todos los ciudadanos, y es especialmente dura para los de rentas más bajas y que dependen de las rentas del trabajo y no del capital. Ese es un grupo que incluye tanto a minorías — especialmente afroamerianos e hispanos — cuyo apoyo es clave para el Partido Demócrata necesita, como a los obreros blancos, un grupo que puede inclinar la balanza según por qué partido vote. Finalmente, el alza de los precios es un fenómeno nuevo, dado que hace tres décadas y media que EEUU no experimenta un episodio inflacionario. Cuando se suma a los problemas de abastecimiento de algunos artículos de primera necesidad debido a las interrupciones de la cadena de suministros causadas por la COVID-19, resulta un panorama poco favorable al presidente. Es posible que este escenario no se materialice si la inflación se modera rápidamente, aunque esa posibilidad no parece contar con muchas probabilidades, y la propia Reserva Federal ha declarado que los precios seguirán altos hasta mediados de año.

La evolución de la pandemia y la mala percepción de la situación económica no son buenas noticias para Biden por las siguientes razones:

  • Se trata de los dos asuntos que él había planeado que fueran el eje de su acción de gobierno.
  • Dañan la imagen de competencia que su equipo intenta proyectar, como contraste a las luchas internas y la improvisación de Trump.

POLÍTICA EXTERIOR

La política exterior es un asunto secundario en este momento en EEUU, como revela que, en enero de 2021, solo un 2 % de los ciudadanos la considerasen su mayor preocupación. Esa indiferencia ha quedado de manifiesto en el escaso impacto político de la retirada de Afganistán.

Biden llegó al poder en un momento en el que EEUU se enfrentaba a una situación nueva en política exterior marcada por una ‘competencia estratégica’ con China que algunos califican de ‘Nueva Guerra Fría’, un empeoramiento de la relación con Rusia, y un deterioro del sistema de alianzas que Washington había creado en las siete décadas precedentes.

En este terreno, el presidente ha jugado la baza del continuismo de Obama en el multilateralismo y el giro al Pacífico, y de Trump en el enfrentamiento con Rusia y China.

La reconstitución de las alianzas es acaso la única área en la que Biden ha logrado revertir por completo la situación que heredó. EEUU ha restablecido su compromiso con la OTAN; ha regresado al Tratado de París; y, para contener a China, ha creado la alianza AUKUS (con Australia y Gran Bretaña), ha reforzado el ‘Quad’ (otra alianza con India, Singapur, y Japón), y ha aumentado su compromiso con la defensa de Taiwán.

«La política exterior es un asunto secundario en este momento»

América Latina sigue teniendo una importancia menor, con la excepción del control de los flujos de migrantes que llegan a través de México desde el Triángulo Norte (Honduras, Guatemala y El Salvador), y que será uno de los factores que decidan las elecciones legislativas de este año. Ahí, Biden ha seguido una política de más diálogo que Trump, que incluye el fomento de la inversión y el desarrollo económico en esos países. Por el momento, la estrategia no ha dado resultados significativos. La reanudación de las negociaciones con Irán para que ese país renuncie a su programa nuclear tampoco están progresando.

LA DINÁMICA POLÍTICA DE 2021

Al margen de la acción del Gobierno, la política de EEUU estuvo marcada en 2021 por los efectos de la negativa de Donald Trump a reconocer la victoria de Joe Biden en las elecciones de 2020 y el asalto al Capitolio del 6 de enero.

Aunque gran parte del liderazgo del Partido Republicano sigue rechazando al ex presidente, Donald Trump tiene una influencia muy grande en esa formación, ejercida a través de tres grupos:

  • Sus votantes. El 78 % de los republicanos quieren que Trump se presente a las elecciones de 2024.
  • Gran parte de sus cargos en las administraciones públicas de nivel menor (ayuntamientos y condados).
  • La Cámara de Representantes.

El evento electoral más relevante del año fueron las elecciones del 3 de noviembre, en las que se decidieron numerosos cargos políticos locales, así como los gobernadores de Virginia y New Jersey.

Los republicanos lograron un resultado mejor del previsto, en especial en Virginia, donde Glenn Yougkin fue elegido gobernador con una campaña basada en una especie de ‘trumpismo sin Trump’ que se tradujo en la defensa de los valores conservadores pero sin dejar que el ex presidente participara en actos electorales. Esa estrategia podría ser imitada por otros republicanos en 2022 y 2024.

Por su parte, el Partido Demócrata logró mantener la unidad entre su ala de izquierda y de centro, una tarea en la que la Casa Blanca no escatimó esfuerzos.

Perspectivas para 2022

En general, 2022 aparece marcado por la división y confrontación de 2021, en un escenario político marcado por las elecciones legislativas de noviembre en las que se renovará toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, además de los gobernadores de 39 de los 50 estados y miles de cargos locales. En la Cámara, los demócratas tienen 222 escaños, y los republicanos 212. Además, hay una vacante. En el Senado, cada partido tiene 50 senadores, y la vicepresidenta, Kamala Harris, tiene voto de calidad en caso de empate.

Las elecciones parecen favorables para los republicanos, que tienen muchas posibilidades de recuperar la Cámara de Representantes y, tal vez, el Senado. Eso se debe a dos motivos:

  • Los comicios legislativos que se celebran después de unas elecciones presidenciales tienden a ser malos para el partido del presidente (ése ha sido el caso de todos desde 1982, salvo 2002, un año excepcional por el apoyo popular a George W. Bush tras el 11-S y la invasión de Afganistán).
  • La baja popularidad de Biden. Si se toman como referencia las elecciones legislativas de 2018, celebradas cuando Donald Trump tenía un respaldo similar al que ahora tiene Biden, el Partido Republicano podría lograr una mayoría abrumadora en la Cámara de Representantes.

El control republicano de la Cámara tendría como primera consecuencia la disolución del comité de investigación del asalto al Capitolio. En general, supondría un endurecimiento del clima político, dado que la mayoría de los republicanos de la Cámara siguen una línea política alineada con Trump. Entre las medidas que adoptarían está la expulsión de ciertos representantes demócratas de los comités de los que forman parte y, tal vez, un ‘impeachment’ de Biden, simplemente como represalia por los dos que sufrió Trump. La iniciativa no tendría ninguna posibilidad de provocar la destitución del presidente, pero añadiría aún más tensión al panorama político.

Una victoria republicana en noviembre incrementaría las posibilidades de que Donald Trump se presentara a las elecciones de 2024 sobre la base de que sus seguidores siguen altamente movilizados, mientras que los demócratas están desmoralizados. Otros republicanos que podrían anunciar sus candidaturas tras las elecciones son el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que tiene una ideología y un estilo político similar al de Trump, el ex vicepresidente Mike Pence, cuyo apoyo fuera de los votantes evangélicos parece muy limitado, y la gobernadora de Dakota del Sur, Kristi Noem. No obstante, Trump es el favorito en las primarias, en caso de que decida presentarse.

La estrategia republicana para la campaña se basa en los siguientes puntos:

  • El aumento de la delincuencia, que comenzó en 2020 y ha continuado con Biden.
  • La inflación.
  • La inmigración ilegal.
  • Los currículos escolares, en especial en lo que se refiere a la llamada Teoría Crítica de la Raza, una corriente de pensamiento defendida por la izquierda demócrata que sostiene que las ciencias sociales deben ser analizadas desde el punto de vista de las relaciones entre las razas, que están marcadas por el hecho de que EEUU es un país con racismo sistémico.
  • La COVID-19, tanto desde el punto de vista de la persistencia de la pandemia como del rechazo a la vacunación generalizada y a las medidas de confinamiento.

«Entre las medidas que adoptarían está la expulsión de ciertos representantes»

La estrategia de los demócratas es menos definida. Por el momento, hay tres líneas principales:

  • La idea de que la democracia de EEUU está en peligro, tanto por el asalto al Congreso de 2021 como por las medidas restrictivas que han aprobado los republicanos en los estados que controlan, destinadas a dificultar el voto de las minorías raciales y de los habitantes de zonas urbanas, los dos mayores ‘graneros’ de votos demócratas.
  • La identificación de los republicanos con Donald Trump, lo que debería movilizar a los votantes del partido.
  • La igualdad racial y de género.

La gran diferencia entre esas estrategias es que la republicana se basa en elementos nuevos, mientras que la demócrata es en parte una reedición de las de 2018 y 2020.

La situación puede cambiar mucho en los diez meses y medio que quedan hasta las elecciones. Por de pronto, la Casa Blanca ha reorientado su estrategia y ha dejado de lado la parte que aún está pendiente de su agenda económica, centrada en la Ley Build Back Better, y ha pasado a promover dos proyectos de leyes que, de ser aprobadas, combatirían la restricción del voto realizada por los republicanos: la Ley John Lewis y la Ley Derecho al Voto.

El futuro de esas iniciativas es incierto, dado que, para ser aprobadas, Biden precisa del apoyo de los senadores demócratas Joe Manchin y Kyrsten Sinema, que ya bloquearon la Build Back Better incluso a pesar de que la Casa Blanca estaba dispuesta a modificarla y reducirla drásticamente.

La tensión entre Manchin y la Casa Blanca por las iniciativas legislativas de esta es un reflejo de la división entre las alas de izquierda y de centro del Partido Demócrata. Hasta la fecha, esas diferencias no han obstaculizado la acción de gobierno, pero podrían salir a la superficie en los meses previos a las elecciones o después de estas, en el caso de que el partido sufra una derrota importante.

Otro aspecto clave tras los comicios puede ser el reemplazo Nancy Pelosi, la actual presidenta de la Cámara de Representantes, que lleva dirigiendo al Partido Demócrata en ese cuerpo legislativo desde 2003. El ala izquierda demócrata llegó a un acuerdo con Pelosi en 2018 en virtud del cual ésta se retiraría tras las elecciones de 2022. La búsqueda de un nuevo líder puede crear un vacío de poder y generar nuevas luchas internas.

El Partido Republicano tampoco está libre de tensiones, aunque en su caso estas giran en torno a una persona: Donald Trump. Dada la tremenda popularidad de Trump entre sus bases, el partido le necesita para movilizar a sus votantes. Al mismo tiempo, Trump no puede romper amarras con el partido, y carece del peso necesario para asumir el pleno control de éste.

Eso ya se ha traducido en unas primarias en las que el expresidente ha dado su apoyo a candidatos que van a tratar de derrotar a congresistas y gobernadores republicanos que se negaron a apoyar su tesis de un fraude electoral.

El problema para los republicanos es que Trump tiene un gran tirón entre sus bases, pero genera un rechazo igualmente grande en parte de la sociedad. Por tanto, sus candidatos pueden ganar las primarias y perder las generales.

Crisis de legitimidad y polarización

La política de EEUU estuvo marcada en 2021 por dos hechos sin precedentes en la Historia del país: la negativa de Trump a reconocer la victoria de Biden en las elecciones de 2020 y el asalto al Capitolio del 6 de enero. Ha pasado un año, y las consecuencias de esa crisis todavía siguen marcando gran parte de los acontecimientos en el país.

Biden llegó a la Casa Blanca prometiendo que unificaría al país, pero, al margen de conseguir el apoyo de trece senadores republicanos para su Ley de Infraestructuras, parece haber fracasado totalmente en ese objetivo. En una encuesta realizada el 4 y el 5 de enero de 2021 – la víspera del asalto al Capitolio – solo el 58 % de los estadounidenses le consideraban un presidente legítimo. El 27 % lo calificaba de ilegítimo y el 11 % se declaraba incapaz de tomar una posición.

Otro sondeo, realizado del 1 al 3 de enero de 2022, revela que el porcentaje de estadounidenses que considera que Biden tiene legitimidad para ejercer el cargo ha experimentado una leve caída que no tiene relevancia estadística y es ahora del 55 %. Los que sostienen que es ilegítimo son el 26 %, mientras que quienes no están seguros de cuál de las dos opciones tomar suman el 17 %.

Esa situación crea problemas a todos los niveles, y de hecho se encuentra en el origen de parte de las dificultades que Biden está encontrando en la lucha contra la COVID-19. Gobernadores republicanos como Greg Abbot (Texas), Kristi Noem (Dakota del Sur), Asa Hutchinson (Arkansas) y, sobre todo, Ron DeSantis (Florida) han hecho de la resistencia a la vacunación o a las medidas de aislamiento social un signo de identidad política que, además, les ha dado visibilidad a nivel nacional. Algunos comentaristas de medios cercanos al Partido Republicano y a Donald Trump, como Fox News, se refieren a esos territorios como “estados libres”, en una nueva señal de la división del país.

Así, en Nueva Inglaterra, que es demócrata, más del 75 % de la población está vacunada, mientras que en los estados republicanos de Wisconsin, Alabama, y Mississippi la proporción no llega al 50 %. Entre mayo y noviembre, la tasa de fallecimientos en los condados en los que ganó Trump en las elecciones de 2020 era un 173 % superior a la de los que ganó Biden. En algunos casos, la diferencia llegó a ser del 600 %.

«A día de hoy parece probable que Trump se presente a las elecciones de 2024, dada su popularidad entre las bases republicanas»

Toda esa controversia se centra en una persona: Donald Trump. El expresidente sigue sin admitir la victoria de Joe Biden y ejerce una enorme influencia sobre el Partido Republicano a través de sus declaraciones y de su Comités de Acción Política (Super PACs), que le permiten canalizar a sus candidatos fondos obtenidos de donantes cuyas identidades no son públicas. Solo en el verano pasado, los Super PACs de Trump recaudaron más de 100 millones de dólares. A día de hoy parece probable que Trump se presente a las elecciones de 2024, dada su popularidad entre las bases republicanas (entre el 58 % y el 78 % de los votantes republicanos quieren que vuelva a competir por la presidencia).

La influencia de Trump sobre los republicanos queda de manifiesto en que la investigación del asalto al Capitolio solo está siendo llevado a cabo en la Cámara de Representantes porque en el Senado ese partido bloqueó la constitución de un comité con ese objetivo. A su vez, solo el 32 % de los republicanos apoyan la existencia de ese comité, mientras que entre los demócratas el porcentaje es del 88 %.

La situación se hace más incierta debido a los persistentes rumores de que Joe Biden no va a tratar de obtener un segundo mandato debido a su avanzada edad. La candidata natural a sucederle – la vicepresidenta, Kamala Harris – tiene una popularidad muy baja, unas relaciones con el Congreso malas, una influencia en el gabinete muy pequeña, y ha sufrido la marcha de buena parte de su equipo en los últimos meses. Todo ello haría difícil que lograra la nominación, aunque todavía es muy pronto para saber si se dará ese escenario. Otro potencial candidato a suceder a Biden si éste no se presentara sería el secretario de Transporte, Pete Buttigieg.

Dado que el sistema político e institucional estadounidense está diseñado para generar consensos entre diferentes legisladores y poderes del Estado, la división del cuerpo político en bloques ideológicos lo hace inefectivo. La parálisis legislativa es una constante desde prácticamente la presidencia de George W. Bush, y aunque Biden ha logrado algunos éxitos en el Congreso, su capacidad de maniobra parece muy pequeña. El presidente va a tratar de cambiar las normas del Senado, limitando el llamado “filibuster”, para conseguir que sean aprobadas dos leyes contra las restricciones del derecho de voto establecidas por los republicanos en varios estados que controlan. No obstante, no está garantizado el éxito de la iniciativa de Biden. Y, si ésta tuviera éxito, es probable que solo agravara la división de un país en el que incluso el derecho político más fundamental en una democracia, que es el de voto, es objeto de controversia.

A eso se suma el hecho de que las encuestas revelan que la Casa Blanca tiene un problema de comunicación importante. Biden ha logrado aprobar una ley de infraestructuras, que era un objetivo en el que habían fracasado tanto Barack Obama como Donald Trump y, al menos en sus primeros doce meses en la presidencia, no hizo nada para agravar la división del país. Sin embargo, su estilo desde que llegó a la Casa Blanca, distante y con pocas comparecencias de prensa, las dificultades para combatir la COVID-19, y el hecho de que buena parte de sus medidas sean a largo plazo y no tengan efectos inmediatos ha generado entre la opinión pública la percepción de que Joe Biden no está haciendo nada, y entre muchos republicanos que no es más que una figura sin poder real a la que manipulan sus asesores.

El gobierno de Biden ha mostrado escasa capacidad de adaptación a las cambiantes circunstancias de la realidad política, económica y social de Estados Unidos y el mundo. Eso ha quedado de manifiesto en su lenta respuesta a la crisis de Afganistán, y su falta de habilidad tanto para capitalizar el éxito del plan de infraestructuras como para minimizar el impacto negativo del fracaso del plan Build Back Better.

La estrategia de comunicación, basada en mantener el rumbo de una manera disciplinada y sin caer en distracciones, se reveló eficaz en los primeros meses de mandato de Biden, acaso por el contraste que suponía en relación a la masiva presencia en medios y redes de Donald Trump. Sin embargo, a medida que aparecieron problemas nuevos y no se lograron los objetivos fijados, empezó a transmitir la idea de que el presidente no tiene una agenda. El equipo de Biden no ha enviado a los votantes la idea de que el presidente ha logrado grandes éxitos en áreas como el plan de ayuda contra la COVID-19 y, sobre todo, las infraestructuras, y, cuando ha habido crisis, como en Afganistán, tampoco ha transmitido tranquilidad.

Con esos condicionantes, la opinión pública estadounidense es profundamente pesimista acerca del futuro. El 53 % de la población considera probable que la división continúe en el futuro, y el 62 % teme que haya violencia política de nuevo en las elecciones presidenciales de 2024.

Con todo, en los últimos meses se han producido acontecimientos positivos. El más destacable es la desaparición de la oleada de disturbios y protestas raciales que asoló al país en el verano de 2020. Aunque las tensiones raciales distan de haber desaparecido, la convivencia entre los diferentes grupos se ha normalizado. 

«La opinión pública estadounidense es profundamente pesimista acerca del futuro»

El debate de las redes sociales 

El impacto de las redes sociales en política, que se remonta a las elecciones de 2016 que ganó Donald Trump, ha subido de intensidad en 2021. El año comenzó con una decisión excepcional por parte de Twitter, Facebook, Instagram, YouTube y las demás plataformas líderes: expulsar al presidente, Donald Trump, y a gran parte de sus seguidores, en especial a los que siguen la teoría conspiratoria conocida como QAnon. Otros foros de menor entidad, pero en los que se intercambiaban con frecuencia mensajes violentos, racistas o antisemitas, como 8chan y 4chan, quedaron sin empresas que les permitieran usar sus servidores, con lo que desaparecieron. Asimismo, Apple y Alphabet eliminaron varias de esas plataformas de las tiendas online en las que están las apps de los sistemas operativos iOS y Android, respectivamente.

Esas decisiones no acallaron el debate sobre el papel de estos sistemas y la responsabilidad social de las empresas que los gestionan. Antes al contrario. Para los conservadores, se trató de un ejercicio de censura. Para la izquierda, fue una medida insuficiente que además no compensa la política de las compañías de permitir mensajes políticos violentos y conspiratorios. A este debate se añadieron las teorías conspiratorias de la COVID-19. En total, dos senadores y tres representantes han sido expulsados temporalmente de Twitter (en siete ocasiones), YouTube (dos) y Facebook (una) por violar los términos de uso de las plataformas. Todos son republicanos.

El debate se acrecentó con las revelaciones de las prácticas internas de Facebook realizadas por la ex empleada de esa empresa (ahora rebautizada Meta) Frances Haugen en septiembre y octubre. De todas las grandes tecnológicas, Meta es la única que perdió valor en Bolsa, lo que ha sido atribuido por muchos a la preocupación de los inversores acerca de las consecuencias políticas de sus actividades, que podrían generar sanciones, y también a la vulnerabilidad de la empresa a las nuevas medidas de refuerzo de privacidad establecidas por Apple. El cambio de nombre, anunciado en noviembre, parece un intento de mejorar la imagen pública de la compañía, que además ha anunciado que va a reorientar su actividad hacia el metaverso.

En la práctica, sin embargo, las conclusiones fueron más moderadas. Una parte de los seguidores de Trump han migrado hacia las redes sociales Gab, Parler y, en menor medida, Rumble. El expresidente no ha hecho ningún intento de hacer eso, pero ha sido capaz de mantener su presencia en el debate político simplemente a través de su página web, a medios de comunicación afines, y de discursos.

En este sentido, es reseñable cómo Trump ha esquivado la expulsión de las redes y ha compensado su negativa a conceder entrevistas a grandes medios de comunicación – con la excepción de Fox News – gracias a una creciente constelación de nuevos medios de comunicación en internet que le sirven como altavoz de sus ideas, como OANN, Newsmax, The Blaze, e Infowars, además de podcasts entre los que están el de su ex jefe de campaña Steve Bannon, y el de Ben Shapiro. La existencia de esta red de medios online está pasando relativamente desapercibida, pese a que su influencia en la política estadounidense parece considerable.

Es imposible saber qué hubiera sucedido si Trump hubiera continuado en las redes sociales, pero algunos no descartan que su expulsión de estas le ha favorecido, al limitar su exposición pública y dejar solo que sus partidarios continúen siguiéndole, lo que ha reducido el considerable rechazo que Trump provoca entre una parte de la ciudadanía. En todo caso, el expresidente ha anunciado para 2022 el lanzamiento de su propia red social, Truth.

Por el momento, no parece que en 2022 vaya a haber un cambio en el debate. Varias de estas empresas están siendo investigadas por posible posición dominante, pero ése es un proceso largo que, además, involucra a los jueces. La posibilidad de que se derogue o modifique la Sección 230 de la Ley de Decencia de las Comunicaciones de 1996, que hace que las empresas de internet no sean responsables de los contenidos puestos en ellas por sus usuarios ha sido planteada por políticos de los dos partidos, pero por ahora no tiene apoyos suficientes para salir adelante en el Congreso.

Al mismo tiempo, Microsoft y otras grandes tecnológicas, como Uber, cuyas líneas de actividad no incluyen redes sociales o servicios de mensajería, se han distanciado de las que, como Meta, Alphabet, o Twitter, sí tienen plataformas en las que los usuarios ponen contenidos. Eso se ha traducido en el cierre de la Internet Association, el principal grupo de lobby del sector, que había sido establecido en Washington en 2012 con el objetivo de ser la voz del ‘big tech’ ante el Gobierno federal.

Conclusiones

En su primer año como presidente, Joe Biden se ha situado en la izquierda demócrata en protección social y transformación energética, y más al centro en infraestructuras. Ha sido capaz de controlar el partido y evitar un conflicto entre su ala izquierda y su ala derecha, y ha logrado aprovechar su mínima mayoría legislativa para sacar adelante parte de su agenda económica.

Biden afronta 2022 con una popularidad baja, un serio problema de comunicación, y el peligro de perder la mayoría en la Cámara de Representantes y tal vez en el Senado en las elecciones de noviembre.

La crisis política e institucional se ha enquistado totalmente y parece destinada a extenderse en el largo plazo. Aunque las tensiones raciales prácticamente han desaparecido, la posibilidad de más violencia política no debe descartarse. Los estadounidenses temen por el futuro de su democracia y, para la oposición republicana, Biden es un presidente ilegítimo. Donald Trump sigue teniendo una presencia pública destacada y podría presentarse a las elecciones de 2024.

Al igual que el resto del mundo, EEUU sigue inmerso en la crisis del COVID-19, aunque presenta particularidades que hacen que la situación sea peor que en otras naciones de su nivel socioeconómico, como una baja tasa de vacunación y un considerable rechazo a la obligatoriedad de las mascarillas, las vacunas, y la reducción de las actividades públicas.

En el terreno internacional, Biden ha reestablecido la solidez de los lazos con los aliados tradicionales de Estados Unidos. También ha creado nuevas alianzas y ha reforzado las ya existentes para contener a China. Tanto con ese país como con Rusia, las relaciones han continuado deteriorándose.

Autores

Juan Felipe Muñoz
Pablo Pardo

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