Acelerar la transición energética: aprovechar el impulso de los fondos europeos

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Introducción 

 

La evolución de la humanidad está íntimamente relacionada a las transiciones energéticas. Durante siglos, esta transición se ha dado de forma gradual, permitiendo la adopción de nuevas fuentes de energía. El escenario actual de calentamiento global requiere sin embargo una transición acelerada hacia un modelo sostenible, anclado en fuentes de energía renovables. ¿Cómo movilizar y alinear, de forma simultánea, capital, incentivos, iniciativa privada y comportamientos? El avance decisivo de la transición energética ya no depende sólo de los Estados. Ni de la innovación empresarial. Será la acción concertada bajo objetivos comunes entre el sector público, el privado, y la sociedad civil la que logre movilizar no sólo los acuerdos necesarios, sino el capital que se requiere para invertir y escalar nuevas formas de energía que nos devuelvan la confianza en el futuro. Next Generation EU es un buen ejemplo de cómo está acción concertada, de la que depende nuestra propia supervivencia, puede incentivarse.

La evolución de la energía

 

El dominio de la energía marca el inicio del proceso de civilización y define en gran medida sus formas de organización. La primitiva tecnología del fuego, basada en materiales disponibles en abundancia,  sirvió para facilitar la existencia de una forma extraordinaria y permitió la expansión de la especie por todo el planeta. Desde entonces, tanto la actividad económica como las manifestaciones culturales de las sociedades humanas dependen de su capacidad de obtener la energía necesaria para su desarrollo.

La evolución en el uso de la energía viene marcada por la búsqueda continua de una mayor eficiencia. Si durante centenares de miles de años el control del fuego tuvo pocas variaciones técnicas, es a partir de finales del siglo XVIII cuando la generación y utilización de la energía presenta variaciones muy importantes. La introducción de la máquina de vapor provoca el inicio de la Primera Revolución Industrial, basada en la explotación de un combustible con un poder calorífico muy superior al de la madera: el carbón. Algo más de 100 años después, la disponibilidad masiva de un nuevo hidrocarburo, el petróleo, provoca la invención del motor de explosión, que está en la base de la Segunda Revolución Industrial. La mayor facilidad para el transporte y uso de este combustible, en comparación con el carbón, así como su mayor poder energético, permiten la introducción de enormes cambios en la movilidad humana, que determinarán la aparición de nuevas formas de organización social. La introducción paralela de otro hidrocarburo ligado al petróleo, el gas, conducirá, gracias a sus aplicaciones domésticas o urbanas, al desarrollo de un nuevo modelo de ciudad.

Serán los criterios de eficiencia, en su transporte y en su uso, los que provocarán a su vez un rápido desarrollo e implementación de la electricidad, que irá sustituyendo progresivamente, a lo largo del siglo XX, al uso directo de los hidrocarburos en los ámbitos doméstico y urbano. Será la base de la Tercera Revolución Industrial, cuyos orígenes datan de mediados del siglo XX pero cuyo progreso se acelera a partir del último cuarto de este siglo. La mejora técnica de la capacidad de transmisión eléctrica acaba teniendo impacto en la posibilidad de transmitir datos cada vez a mayor velocidad, lo que da paso a la denominada como Sociedad de la Información. El inicio del siglo XXI supone el desarrollo definitivo de la tecnología de las energías renovables, que permiten disponer de electricidad abundante a un coste marginal cero y con un nivel de eficiencia que crece de forma exponencial, dando paso así a los inicios de la Cuarta Revolución Industrial que estamos viviendo.

 

La sostenibilidad del modelo actual

 

El progreso social y económico que ha producido el aprovechamiento humano de las fuentes de energía, acentuado en los últimos dos siglos, ha conllevado, no obstante, efectos perjudiciales sobre el medio ambiente del planeta. Al impacto ambiental provocado por la extracción de los combustibles, que afecta sobre todo a las zonas donde esta se efectúa, se une el que produce el consumo de los hidrocarburos para generar energía, de forma directa o a través de la electricidad. Mientras la revolución industrial estuvo circunscrita a determinadas zonas, su impacto ambiental se concentró allí donde tuvo lugar. Con el desarrollo de regiones cada vez más amplias, producido sobre todo a partir de mediados del siglo XX, el impacto ha adquirido una escala global, provocándose un calentamiento del planeta a partir de la emisión cada vez mayor de gases de efecto invernadero (GEI, entre los que destaca el CO2) que puede suponer, si el proceso no se detiene, cambios irreversibles, y catastróficos, para el clima y la vida en la Tierra.

Poco antes de la primera gran crisis del petróleo, la comunidad internacional celebra en 1972 la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, que tiene lugar en Estocolmo y constituye un punto de inflexión en el desarrollo de políticas ambientales por parte de la comunidad internacional. En las décadas siguientes, el impulso inicial nacido en Estocolmo es desarrollado en sucesivas iniciativas y conferencias que culminan en la adopción en 1992 de la Convención sobre el Cambio Climático, que fija los primeros objetivos vinculantes de reducción de emisiones contaminantes por parte de los países industrializados. En el protocolo de Kyoto, firmado en 1997, se establece un promedio del 5 % de reducción para el periodo 2008-2012, pero su aplicación es muy dispar. En 2015 se adopta el Acuerdo de País, el primer acuerdo mundial y legalmente vinculante para que el aumento de la temperatura mundial se limite a 2º respecto de los niveles preindustriales en 2050, con un compromiso de intentar limitarlo a 1,5º. En la actualidad, es Europa quien lidera los esfuerzos en política climática, al asumir en 2021 la Unión Europea el objetivo de lograr las cero emisiones netas en 2050.

 

  • Los cambios de modelo energético se han producido a lo largo de la historia de forma lenta y con la coexistencia de diversas fuentes de energía durante extensos periodos de tiempo en que las antiguas iban siendo reemplazadas por las nuevas, siempre por razones de mayor eficiencia. Sin embargo, la situación actual de emergencia climática requiere de una transición energética acelerada en la que está en juego la propia supervivencia de la especie. Las instituciones europeas, a nivel comunitario y también en países como España, han empezado a dar los pasos necesarios para alinear la política energética con ese objetivo, aunque existen dudas fundadas acerca de la posibilidad de cumplirlo.

 

  • El compromiso climático conduce a la necesidad de transformar la generación de energía en sentido sostenible, para lo cual se debe llevar a cabo una transición energética que desplace a los combustibles fósiles en beneficio de las energías renovables. La llamada “Transición Ecológica” es formalizada por la UE a finales de 2020 en su Pacto Verde (“Green Deal”), que conlleva la aprobación de objetivos vinculantes a 2030 de reducción de emisiones (55 %), introducción de energías verdes (40 % del mix energético final) y eficiencia energética (36 % de reducción del consumo energético final). 

 

Reacción comparada internacional 

 

La respuesta que han dado los distintos países a la situación de emergencia climática en que nos encontramos ha variado mucho y tiene un fuerte componente geopolítico. Durante muchos años, China e India se han resistido a aplicar los sucesivos acuerdos climáticos en base a la desventaja competitiva que ello provocaría a su industria en un escenario globalizado. Estados Unidos también ha mantenido durante años el uso masivo de combustibles fósiles, haciéndolo rentable vía fracturación hidráulica (fracking). Rusia, por su parte, fundamenta su economía en la explotación de petróleo y gas, por lo que ha evitado en todo momento apoyar de manera efectiva cualquier iniciativa global tendente a conseguir que las enormes reservas con que cuenta se queden, en su mayor parte, bajo tierra.

La apuesta de la Unión Europea por las energías renovables ha influenciado el cambio de rumbo de la política energética de las dos grandes potencias mundiales, Estados Unidos y China, que también enfrenta un grave problema de salud pública para la población autóctona debido a la contaminación.

Aunque la victoria electoral de Joe Biden estuvo sustentada, entre otros factores, en su compromiso con una economía más sostenible en su país, durante la etapa de Donald Trump ya había sido el sector privado el que había dado pasos importantes, junto a algunas ciudades y Estados, hacia una transformación a favor de las energías limpias. La presidencia de Biden ha supuesto la fijación de objetivos de descarbonización de Estados Unidos (cero emisiones del sistema eléctrico para 2035 y de la economía para 2050) compatibles con el Acuerdo de París, aunque la necesidad de que cada medida concreta en esa dirección sea aprobada por el Congreso. Por su parte, el presidente chino, Xi Jinping, anunció recientemente que su país empezará a reducir el nivel de emisiones GEI antes de 2030, para alcanzar las cero emisiones en 2060. Lograr ese objetivo supone un enorme esfuerzo de instalación de energías renovables a nivel masivo en el que China ya se ha embarcado.

En vísperas de la celebración de una nueva conferencia climática (COP26, en Glasgow, Escocia), el compromiso derivado del Acuerdo de París que sigue pendiente es el de movilizar, por parte de los países industrializados,  100 000 millones de dólares anuales entre 2020 y 2025 para ayudar a los menos desarrollados a implementar medidas de lucha contra el cambio climático y a favor de la transición energética. Esta cifra está hoy por hoy muy lejos de ser alcanzada.

Next Generation EU: un salto hacia delante

 

En este contexto, y como parte de un esfuerzo coordinado de recuperación tras la pandemia de la COVID-19, Europa ha lanzado el paquete más ambicioso de financiación conjunta de su historia. 

Su Marco Financiero Plurianual 2021-2027 cuenta con cerca de 2 BN de euros. Lo más significativo, sin duda, ha sido la aprobación por los 27 del Instrumento de Recuperación Europea – Next Generation EU, que ha permitido acudir a los mercados para movilizar 750 000 millones de euros y repartirlos de forma asimétrica entre los Estados miembros. 

Su objetivo es doble: 1) apoyar reformas estructurales en la doble transición verde y digital y 2) facilitar inversión pública, catalizadora de inversión privada, en áreas de importancia estratégica para esta transición: la movilidad eléctrica, la energía renovable (con foco en el hidrógeno), el eficiencia energética y la economía circular, entre otros. 

Next Generation confirma que acelerar  la transición energética es un objetivo prioritario para la Unión Europea. Por ello, el 37 % de los recursos del Mecanismo de recuperación y Resiliencia deben dedicarse a la acción por el clima (con un fuerte foco en energía) y el 100 % debe cumplir con el principio de no hacer daño al medioambiente. 

Next Generation apoya además la visión y compromisos a largo plazo de la Unión, manifestados en el Pacto por el Crecimiento Verde y el paquete de regulación asociado a la inversión sostenible, entre otros. Los objetivos para las próximas décadas son claros:

  • Reducir un 55 % las emisiones de CO2 (con respecto a 1990) en 2030 y ser el primer continente climáticamente  neutro 
  • Alcanzar 500 GW de generación de energía renovable para 2030
  • Instalar 6 GW de capacidad de electrolizadores y producción y transporte de 1 millón de toneladas de hidrógeno renovable para 2025
  • Instalar 3 millones de puntos de recarga eléctricos para 2030 y 1000 estaciones de recarga de hidrógeno, asegurando el acceso a puntos de recarga cada 60 kilómetros (electrolinera) y 150 kilómetros (hidrogenera) en 2030
  • Poner en circulación al menos 30 millones de vehículos de emisiones cero en 2030

Esta acción decisiva, concertada y definida en el tiempo (la ejecución de NextGen debe completarse en diciembre de 2026) refleja dos grandes cuestiones que afectan al posicionamiento geopolítico de la Unión: fortalecer nuestra autonomía energética, aumentar su resiliencia y mantener relevancia competitiva a escala global.

China ya lidera la instalación mundial de energías renovables y ya dispone de un tercio de la potencia mundial instalada, con casi 900 GW, de los cuales 136 GW se instalaron en 2020, y con perspectivas de alcanzar los 689 GW de eólica en 2030, casi el 67 % de la capacidad mundial. Por su parte, EE. UU. alcanza la independencia energética en 2020 y empieza a invertir masivamente en renovables para, al menos, duplicar anualmente los 35 GW de capacidad instalada en 2020, previendo destinar a ello más de 1,7 billones de dólares durante la próxima década. Frente a estos movimientos, Europa necesita urgentemente su propio modelo de transición energética, que catalice además una industria de energía renovable apoyada en cadenas de valor fuertes, innovadoras y conectadas.

El 75 % de las emisiones de CO2 en Europa provienen del sector de la energía. Para 2030, el 40 % de la generación de energía de la UE debe tener origen renovable. Por eso, NextGenEU dedica el 37 % de sus fondos a la transición verde. En juego: un nuevo sector de actividad económica y empleo, aumentar la autonomía energética, asegurar la relevancia en el nuevo escenario geopolítico que la transición energética del Siglo XXI va a dibujar.

“Para 2030, el 40 % de la generación de energía de la UE debe tener origen renovable. Por eso, NextGenEU dedica el 37 % de sus fondos a la transición verde»

 

España y el impulso Next Generation

 

Como parte de Next Generation EU, el Plan de Recuperación español (PRTR) también apuesta por acelerar la transición ecológica como elemento clave en la fase de reconstrucción a corto plazo y como palanca para la modernización de la economía a medio y largo plazo. Según indica el PRTR, se trata de reforzar la inversión pública y movilizar la privada para reorientar el modelo productivo, emitiendo las señales adecuadas para impulsar la descarbonización, la eficiencia energética, el despliegue de las energías renovables y la electrificación de la economía.

    • De los 69 500 millones de euros que recibirá España del programa Next Generation EU en ayudas a fondo perdido, un 40,29 % (28 000 millones de euros) se destinarán a actuaciones relacionadas con la transición ecológica y la sostenibilidad. 
    • Las inversiones deberán estar alineadas con las previsiones del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030 (PNIEC) y servirán para garantizar y acelerar que se logren los objetivos marcados: una reducción de emisiones GEI del 23 % respecto de 1990 (equivalente al 38 % de las de 2010); una participación de las renovables del 42 % sobre el uso final de la energía; una mejora de la eficiencia energética del 39,5 %; y una presencia del 74 % de la energía renovable sobre el total de la generación eléctrica.

El PRTR prevé destinar recursos, en forma de ayudas a la inversión, en grandes bloques directamente relacionados con la energía, como son la rehabilitación y eficiencia energética, la movilidad sostenible, el desarrollo de energías renovables, el hidrógeno renovable o el almacenamiento energético y redes eléctricas. En total, a inversiones en proyectos directamente relacionados con la energía se destinarán ayudas por 20 299,06 millones de euros, lo que supone un 29,21 % del total del PRTR.

España destinará 20 300 millones de euros del Plan de Recuperación español a acelerar la transición hacia las energías limpias (un 29,21 % del total). La principal partida está destinada a la eficiencia energética, con más de 8 500 millones de euros, seguida por la movilidad (vehículo eléctrico y ferrocarril), con casi 5 100 millones. Otras partidas destacadas son las dirigidas a apoyar el despliegue de renovables (3 165 millones de euros), al hidrógeno (1 555 millones de euros) y al almacenamiento y las redes eléctricas (1 365 millones de euros).

“España destinará 20 300 millones de euros del Plan de Recuperación español a acelerar la transición hacia las energías limpias (un 29,21 % del total). La principal partida está destinada a la eficiencia energética”

 

La energía en el Siglo XXI: sin tiempo para morir

 

En las condiciones que han sido históricamente normales, la transición energética hacia un modelo renovable, circular y de emisiones cero supondría, desde un punto evolutivo, varios cientos de años, o al menos unas cuantas décadas, de transformación progresiva. Pero los escenarios de cambio climático que manejamos ahora indican que, sin cambios o con cambios parciales, el calentamiento global llegará a extremos simplemente insostenibles, hasta provocar un aumento de la  temperatura global que podría alcanzar los 4,4 grados centígrados en 2100 si las emisiones siguen creciendo como hasta ahora.

También el aumento del nivel del mar, que entre 1901 y 2018 ha sido de 20 centímetros y que, en el escenario de emisiones más optimista, podría alcanzar los 40 centímetros, mientras que en el más pesimista se duplicaría, hasta los 80 centímetros. El impacto de estos cambios, no solo sobre los hábitats naturales de la Tierra sino también sobre la vida humana, puede resultar dramático.

“Acelerar la transición desatará una ola de innovación sólo comparable a la que puede generar la transformación digital”

Acelerar la transición energética es la única alternativa que tenemos para actuar sobre la principal fuente de emisiones de CO2. Además, acelerar la transición desatará una ola de innovación sólo comparable a la que puede generar la transformación digital, que también persigue el instrumento Next Generation EU (dándose la mano en muchos ámbitos ambas transiciones, verde y digital). Estamos ante una oportunidad decisiva de transformar nuestro modelo económico y la composición de nuestro producto interior bruto, generando nuevos sectores de actividad industrial y empleo y disminuyendo los riesgos de dependencia y de pobreza y exclusión energética, al tiempo que se procura la sostenibilidad de nuestra economía.

No tenemos tiempo para dejar morir el planeta. Ni el futuro de las generaciones futuras.

Sin embargo, la sociedad humana en su conjunto lleva debatiendo medidas sobre cambio climático desde 1972. El número 26 de la COP de este año refleja precisamente eso: que los Estados parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (de 1992) llevan reuniéndose para tratar el cambio climático nada menos que 26 años.

El avance decisivo de la transición energética ya no depende sólo de los Estados. Será la acción concertada bajo objetivos comunes entre el sector público, el privado, y la sociedad civil la que logre movilizar no solo los acuerdos necesarios, sino el capital que se requiere para invertir y escalar nuevas formas de energía que nos devuelvan la confianza en el futuro.

Next Generation EU es un buen ejemplo de este tipo de acción concertada. Por ejemplo, se movilizará un total de 24 009 millones de euros en inversión total, dirigida a actuaciones sobre toda la cadena de valor del automóvil eléctrico (con especial atención a las baterías), la instalación de puntos de recarga y la adquisición de vehículos por parte de particulares y empresas.

Pero lograr esta aceleración requiere de un impulso combinado y alineado entre gobiernos, sector privado y sociedad. El objetivo: una hoja de ruta compartida que nos permita trabajar conjuntamente para ir más allá de la declaración de intenciones hasta llegar a la comprobación de resultados, la corrección de desvíos o efectos no previstos, el intercambio de buenas prácticas y la movilización de capital para la transformación energética que necesitamos acelerar.

“No tenemos tiempo para dejar morir el planeta. Ni el futuro de las generaciones futuras”

Autores

Paloma Baena
Francesc García Donet

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